Vejez. La soledad.
Mi vida me pertenece, de igual manera que la suya a los otros. Así, para construir los puentes que
me llevan al interior de mi ser y desde ahí crecer y responder a mi propia vida, es indispensable que me asuma como persona única e irrepetible, renunciando a la idea de que: “tengo qué o debo hacer esto o aquello por…” No llegué a la tierra para cambiar la vida de los demás.
Comparto con mis lectores un pequeño texto que confirma lo que acabo de escribir.
“Hay un camino en la soledad, hay ríos en el desierto. No hay camino ni ríos en el hombre que se mezcla con los otros”.
(Gurdjieff)
Solemos tener la equivocada idea de que la soledad es un mal que nos llega por la edad, por ingratitud de la familia, por castigo o por algo irremediable.
No quiero convencer a nadie, ni pretendo lastimar a quienes la soledad los ha llevado a la desesperanza y a creer que no vale la pena vivir.
Nos demos cuenta o no, en realidad nunca estamos solos.
Desde hace tiempo tengo la sensación de que pertenezco a un mundo paralelo al mío, invisible y presente en el que de alguna manera estoy unida a otras personas, compartiendo espacios que me sostienen y alimentan.
Una cosa es vivir sola y otra sentirme sola.
Si me miro en relación a las personas que estuvieron cerca de mí o yo cerca de ellas, para bien o para mal dejaron sus huellas. No podría ser la que soy sin los aportes de otros, ya que estos me hicieron crecer. Y si se mira desde mi situación de vivir sola, con otra edad cronológica y circunstancias distintas, esto me permite recordar y elaborar cada capítulo de mi historia y poderme ver a mí misma interactuando con el papel que elegí o me tocó representar. Es entonces que me puedo dar cuentan de que soy parte del guión familiar que necesariamente escribimos juntos, y hoy, en medio de la soledad y a pesar de que se viva en el abandono de familia o de amigos, sentir que desde la soledad se tiene la libertad de escribir un nuevo guión, y hacerse preguntas ¿quiero estar en la luz o quiero estar en la oscuridad? ¿quiero reírme de mi situación actual en la que dependo de otros? ¿o quiero estar enojada con la vida? ¿quiero estar agradecida por lo que soy y lo que tengo?.
La soledad se vuelve una oportunidad de revisar mi actuación en la vida, reconocer que nunca estuve sola y que necesariamente siempre hubo una respuesta de mi parte; que las personas con las que crecí y me formaron me dieron lo que sabían y pudieron darme.
Viví 33 años sola después que me separé de mi esposo, y agradezco a la vida la oportunidad que tuve de dejar una relación de dependencia, en la que me sentía sola a pesar de compartir un mismo techo.
Inicié una vida nueva en la que pude confirmar lo dicho, en realidad no estaba sola. Me sentía sola. Aún no había aprendido que la soledad no puede ser llenada por los otros. Tenia una historia, y muchas cosas que revisar, perdonar y cerrar. Esta certeza me llevó por caminos insospechados.
Por cerca que haya vivido con mi familia o personas con las que a través del tiempo conocí y conviví, nuestras vidas fluyeron en su propia corriente, y fueron tomando su propio camino. Nadie puede vivir la vida del otro por íntimo que haya sido el vínculo.
Hoy me siento agradecida de haber emprendido mi propio camino y poder fluir en la vida como se va presentando día con día.
Agradezco también que en los momentos en que me sentí en un desierto, pude verme única e irrepetible, viviendo mi propio ser.
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