Daphne Jiménez.
24 de octubre de 2022.
Desperté como un día normal, sólo que ese día cumplía 24 años. Sin pensar en lo que iba a leer, agarré el celular. Mensajes. Felicitaciones. Estaba agradecida, pero todo cambió cuando leí ese mensaje. Mi abuela siempre era la primera en hablarme o escribirme y eso que su hijo (mi tío) cumple años el mismo día que yo. A pesar de eso, ella no fallaba en felicitarme primero. Ese mensaje era diferente a todos; ella presentía que iba a ser el último año… la última felicitación que me escribía… y efectivamente lo fue.
Mi abuela tenía 83 años. Era y sigue siendo mi persona favorita. Éramos muy unidas desde que nací. Era la persona a la que recurría siempre. Le podía contar todo, jugábamos cartas, veíamos películas, telenovelas, leíamos juntas, aprendíamos poemas y compartíamos todo. Conforme ella envejecía, comenzó a deprimirse, mientras se negaba a tomar antidepresivos porque se aferraba a la idea de que era mental. Discutíamos por eso, más seguido de lo que me gustaría admitir. Pasaron los años y cada vez envejecía más, le costaba más trabajo hacer actividades básicas, dejó de querer salir, comía menos, dormía mucho. Fue hasta junio del 2022 que estuvo hospitalizada por alcanzar niveles muy peligrosos de glucosa. Llevaba muchos años con diabetes y siempre que se le antojaba algo dulce decía “nada más es uno”, pero no veíamos todo lo que comía a escondidas de nosotros.
Yo acababa de salir de una operación de espalda y necesitaba otra. No podía caminar, el dolor era insoportable, pero ante la idea de poder perder a la única persona que amaba tanto, me quedé con ella en el hospital. Cuando despertara yo iba a estar ahí. Y así fue. No quería que me viera llorar, siempre me decía que era la única persona que no quería que llorara cuando se fuera. Salió del hospital y en julio me operaron a mí. Al regresar a mi casa, ella estaba ahí, esperándome y muy feliz de verme caminar después de 8 meses.
Conforme pasaban las semanas, la veía y cada vez reconocía menos a mi abuela que jugaba conmigo, que le gustaba leer mucho y me inspiró a hacerlo. Ella me decía que no podía leer ni ver la televisión ni jugar póker en la tableta que le dieron porque veía cada vez más borroso. Me limitaba a hablar con ella, de cualquier cosa, podía pasarme el tiempo hablando porque a ella le gustaba escucharme. Yo veía cómo envejecía, cómo cada vez le era más difícil todo, pero aún así, no quería pensar en que la perdería. Hasta ese 24 de octubre.
Mi cumpleaños, pero nada más pensaba en qué iba a pasar con ella. A partir de ese día me puse a observar lo que hacía y decía. Ella misma se hacía creer que podía, nos decía que estaba bien, pero yo en sus ojos veía que no era así. Veía cómo sufría, cómo se sentía una carga y prefería no decirle a nadie para que no se preocuparan. Pasó el tiempo y yo me sentía mal porque la quería ayudar, pero no podía hacer nada. Sentía mucha impotencia porque ella siempre me ayudaba a mí, porque si me enfermaba, estaba triste o necesitaba algo, sabía qué hacer. ¿Por qué no le podía corresponder ahora que me necesitaba a mí?
La vida se me vino abajo el 17 de diciembre. Mi mamá organizó una fiesta navideña porque mi abuela se negaba a salir el 24 de la casa. Su familia vino y todos se divertían, pero ella se veía triste, callada… ella no era así. Yo la veía desde el otro lado de la mesa y sólo pensaba en lo frágil que se veía. Nos tomamos una foto juntas. Ella me la pidió. Yo no sabía que sería el recuerdo más preciado que tengo de ella. Acabó la fiesta y se despidió de los que consideraba más cercanos. Yo subí a su cuarto con mi novio y él platicaba con ella, la verdad no recuerdo de qué, pero en ese momento sólo veía sus ojos llenos de sufrimiento. Ella decía que estaba bien, pero vi cómo eso no era cierto sólo en su mirada. Ese día fue cuando supe que ella ya no quería estar aquí pero se aferraba.
Del 17 al 23 de diciembre no dormí. Esperaba que fuera de día para que alguien estuviera al pendiente de ella. Estaba alerta durante la madrugada porque sabía que en cualquier momento iba a pasar. El 24 de diciembre fui con mi novio a comprar regalos de navidad para mi familia. Me llegó un mensaje de que mi abuela estaba en el hospital y la iban a operar. Antes de la operación mi mamá me escribió que mi abuela quería verme. Perdí la cabeza y me bloqueé. Mi novio manejó, me calmó, me abrazó, él fue la razón y cabeza que necesité en ese momento y los que siguieron.
Entré con él a urgencias y me dijeron que tenía que esperar a que despertara. Los minutos fueron eternos. Intenté mantenerme fuerte y no mostrar todo el miedo que tenía. Cuando pude pasar, sentí el peso del mundo sobre mí. Yo no quería que ella se fuera, el dolor era impresionante, pero la amaba tanto para dejar que sufriera. Tuve que pronunciar las palabras más duras: ‘te prometo que voy a estar bien, si te quieres ir, hazlo, no te preocupes por mí, pero ya no quiero que sufras’. Después pasó mi mamá y le dijo a mi abuela que iba a estar bien, que se veían al siguiente día y ella le dijo que sí. Yo sabía que no iba a pasar, porque estaba esperando que yo le dijera que estaré bien. Mi abuela falleció menos de un día después.
Han pasado 5 meses y todavía me duele. Me dan ganas de contarle todo lo que he hecho, lo que he logrado. A veces voy a donde está y le cuento todo, porque sé que me escucha. No me arrepiento de haberle dicho esas palabras, porque sé que era necesario y que le dieron paz. A raíz de ese momento, decidí que tenía que honrar a mi abuela. Ella me hizo darme cuenta de que no quería mi ayuda ni que la salvara, ella sólo quería sentirse acompañada y entendida. Mi abuela me enseñó que vale más la empatía y la compasión.
Todos tenemos seres queridos que envejecen y por muchas razones diferentes dejan de ser los que conocíamos. Ellos también lo saben, y con el tiempo sólo quedan dos cosas que NOSOTROS podemos hacer: estar y amar. Mi abuela era la persona más cercana a mí, y aunque no la tenga conmigo ahorita, sé que hasta el último momento supo que era amada; sin importar que no pudiéramos hacer lo mismo de antes, sin importar que tuviéramos ideas muy diferentes, sin importar nada.
Estoy completamente agradecida de ver y acompañar a mi abuela conforme envejecía. No es fácil verlo porque cambian muchas cosas en ellos y en nosotros, pero ni ella ni nadie merece sentirse aislado o excluido en el proceso. Ella me escribió una vez: “tu compañía es un regalo de vida para mí”, y quiero que ése sea el aprendizaje para cualquier persona que esté leyendo esto. Acompañar en el envejecimiento es más valioso que querer cambiar lo inevitable, porque ese pequeño o gran acto de amor es lo que hace la diferencia.
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